Entre las murallas de caliza que envuelven el pequeño municipio de Villanueva de la Concepción, el arte del bonsái ha conseguido hacerse un hueco gracias a la dedicación de varios vecinos apasionados.

Sebastián Luque, vecino de este municipio y fundador de la Asociación, lleva más de treinta años cultivando bonsáis, y su experiencia y dedicación se ven reflejadas en su impresionante colección de más de 200 bonsáis que alberga desde diminutos árboles en macetas del tamaño de un dedal hasta majestuosos ejemplares que superan los 200 kilos de peso.  Entre ellos se encuentran especies como un olivo bravío de 190 años, un mirto aromático de 80 años y un alcornoque de 30 años. El más antiguo de todos, un acebuche de 500 años, es el orgullo de Sebastián.

Pero no es solo el tamaño. Otro de los aspectos más destacados en el mundo del bonsái es la edad de los árboles. En este caso, las edades de algunos de sus ejemplares superan los 450 años, lo que los convierte en verdaderas joyas vivientes.

Esta pasión por el arte del bonsái, tal y como cuenta el vecino del Sur del Torcal, llegó a él de forma fortuita, hace ya muchos años, y desde entonces ha dedicado su vida a aprender y perfeccionar esta disciplina ancestral.

Con el deseo de compartir su pasión con otros, hace varios años fundó la Asociación Amigos del Bonsái Ciudad de Oscua en Villanueva de la Concepción, en el que cada semana cerca de 40 entusiastas se reúnen para aprender de este veterano aficionado y adentrarse en el mundo del bonsái.

“Nuestra Asociación es algo como un arte o sentimiento. Hay que vivirlo y te tiene que gustar”, manifiesta Sebastián, insistiendo en que en esta afición se avanza con esfuerzo y dedicación, y siempre con la ayuda de los demás. “Nuestro objetivo en el bonsai es compartirlo con los amigos. El que sabe más le ayuda al que sabe menos y le enseñamos los conocimientos que nosotros ya hemos adquirido”.

Un arte en miniatura

Los bonsáis de Sebastián Luque son el fiel ejemplo de la paciencia y la dedicación que requiere este arte en miniatura. 

“El bonsái necesita mucha dedicación, no es complicado, pero hay que suministrarle unos cuidados más especiales y si no conoces la técnica, es muy difícil”, añade Miguel Cuenca, vecino de Villanueva de la Concepción que en el año 2015 forjó aún más sus lazos con el bonsái uniéndose a la Asociación de Sebastián.

Si en algo coinciden ambos vecinos es en el cariño que tienen a este arte en miniatura. “Yo le tengo cariño a todos mis bonsáis. Nosotros los formamos desde que los tenemos y vemos como evolucionan cada año”, comparte Miguel, quién confiesa la ilusión que guarda con un pequeño arbolito que adquirió y que se ha ido transformando con el tiempo. “Cuando lo adquirí tenía el tronco como un bolígrafo de fino y ahora tiene el grosor de una muñeca”, cuenta con orgullo.

Al contrario de lo que se pueda pensar, existen diversas formas de conseguir un bonsái, y no todas pasan por su adquisición en un vivero. “Muchas veces nos avisan cuando van a arrancar algún olivo viejo, entonces vamos y cogemos una mata, ya que esos troncos aún están vivos y tienen raíz”.

Sin embargo, tal y como cuenta este vecino del Sur del Torcal, la edad del árbol empieza a contar cuando se inicia su cultivo como bonsái. “Hay troncos de olivos que pueden tener unos 200 o 300 años, pero hasta que no se cultiva como bonsái, no se puede empezar a contar su edad”, explica.

Pasión que también comparte Jaime López, también vecino de Antequera. En su caso, su amor por la naturaleza lo llevó a explorar ese mundo. “Recuerdo que con diez años yo tenía en el patio de mi casa algunos arbolitos de forma autodidacta, no había con quién yo pudiera compartir esta afición”, explica, insistiendo en la paz y la calma que transmite cuando trabajas con un bonsai. 

Por ello, con la aparición de la Asociación, se abrió una nueva vía para Jaime, que pudo conocer a gente que compartía sus mismos intereses. “Cuando llegué a la Asociación de Sebastián me cambió el chip y conocí mucho más ese mundo”. 

El bonsái es un arte que trasciende fronteras y nos muestra la belleza y la fragilidad de la naturaleza en su máxima expresión. En Villanueva de la Concepción, gracias a la pasión y al esfuerzo de estos vecinos amantes de la naturaleza en pequeñas dosis, este arte milenario ha encontrado un hogar, encandilando a todos aquellos que tienen la fortuna de apreciarlo.