Se acercó a ella caminando con pasitos cortos. La miraba extasiada mientras se aproximaba despacio pero decidida, con los ojos levantados hacia aquella desconocida, mirándola fijamente. Se quedó junto a ella, sin dejar de mirarla, hasta que su padre la extrañó y se puso a buscarla por la plaza.

Él se había detenido junto al kiosco; ella había caminado hasta el otro extremo como atraída por un imán, escuchando aquella voz, embelesada. Su padre la tomó de la mano y tiró de ella con suavidad, pero la pequeña no quería alejarse de aquella desconocida, solo quería escuchar su voz. Y aquella desconocida dejó de cantar para la gente y cantó solo para ella, para aquella diminuta persona que la escuchaba fascinada. Pero, sin pretenderlo, también estaba cantando para su padre.

La dueña de aquella voz prodigiosa solo quería una oportunidad para dar a conocer su talento musical. Mientras cantaba, pensaba que aquella pequeña de pasos cortos pero decididos solo era una niña que amaba la música. Con el tiempo, sin embargo, comprendería que también era su Hada Madrina.